23.10.10

EL CUENTO DE NOVIEMBRE '10

EL ÁLBUM

Entraron aprisa en el café y se sentaron. La impaciencia les encendía los ojos al dejar el paquete sobre la mesa. Ella, apenas sentada, comenzó a abrirlo, mirando con amor, alternativamente, la cinta roja sobre el papel y el rostro de él con ligero orgullo protector y expectante.
-¿Qué van a tomar?
-Café con leche. ¿Y tú?
-Lo mismo.
En la mesa apareció con pastas de color azul marino, como el traje de los días señalados, el álbum de las chocolatinas. Era un gran día. Habían hablado de él como se ha
bla de cuando llegará un niño. Aquel álbum representaba el tesón del novio en su niñez, que había reunido una estampita tras otra hasta cubrir todas las ventanillas sin paisaje de aquel libro difícil.
Sus compañeros de colegio -él lo recordaba- habían dejado en el álbum huecos de desamor y desidia. Y el álbum, ahora flamante sobre la mesa, mostraba la solicitud en el tiempo de un hombre cuidadoso, fiel toda su vida a sus más inocentes alegrías, al objeto de su ilusión más nimia. Para la novia, aquel álbum implicaba tesón y constancia. Tenían sobre la mesa el café con leche del amor humilde, pero tenían también dentro del libro las maravillas todas del Universo, y se pusieron a deshojarlas con lentitud amorosa, como si en ello les fuera su felicidad, el sí o el no.
-No: hoy "Las Mariposas", no -decía ella con tremendo gozo-. Hemos visto ya "Los Grandes Inventos".
Cada hoja les aproximaba, día tras día, un poco más. El día de "Las Mariposas", ella balanceó sus pestañas en el aire hacia un hombre joven que estaba enfrente sentado, y él -el novio- tuvo celos. Pero ella ni había mirado siquiera a aquel hombre: quería simplemente mariposear con sus finas pestañas. El día de "Las Aves Domésticas" proyectaron un canario naranja transparentándose en el hogar que tendrían, en la ventana con sol: "Mejor, blanco", insinuaba él. "No, tiene que ser naranja", decía resuelta ella, entornando los ojos como si le dañara el agridulce color del pájaro.
En "Las Aves Exóticas" pusieron sobre el pelo de ella, suave, un sombrerito atrevido de vistosas plumas en una tarde con risa en el mundo, y champaña y "confetti". En "Flores para Regalo" él la obsequió con doce tulipanes para que no olvidara alguna cosa. Al llegar a "Animales Prehistóricos", tuvo ella miedo y se acercaron más. Él quiso continuar más días viendo "Los
Animales Prehistóricos", pero ella se negó y entró en la hoja rutilante de "Las Piedras Preciosas". Ante "Las Piedras Preciosas" él anduvo receloso por sentimiento atávico. Veía en los ojos de ella cierta cortesana desfachatez, ciertas desmesuradas pretensiones, que le tuvieron en desazón toda la tarde y que interpuso entre ellos una pastosa frialdad anfibia. En "Las Algas" enredaron sus dedos, manos, brazos, miradas y palabras. Con "La Evolución del Automóvil" lo pasaron bien, dieron saltos y frenazos bamboleantes sobre sus sillas. Con "Las Fieras" se identificó ella de tal forma, que los ojos se le llenaron de instinto y él se encontró como un domador trágico que de un instante a otro podía perecer. Con "La Fauna del Mar" cruzaron una y otra vez por los ojos de él y de ella los peces cariñosos, perezosos, suaves, del amor, y estuvieron pasando toda la tarde mansa, humildemente. Al llegar a "Las Frutas", ella, con un rubor, posó su mano sobre las manzanas para que él no tuviera ningún pensamiento avanzado, para que no pensara como Adán.
Terminaron el álbum, y estaban tostados y palpitantes como después de un largo viaje. Era como si volvieran con los mismos recuerdos de una luna de miel respetuosa. Ella esperó todos los días -sobre todo el último- a que él dijera: "El álbum para ti, te lo regalo." Pero no lo hizo. Llenar aquel libro de cromos había sido la gracia de su niñez, le había proporcionado entrada de honor en todas las visitas. Y cogió su álbum y se lo guardó. Ella, de haberlo tenido, le habría devuelto su regalo en palabras llenas de entendimiento y colores, en experiencia del mundo, en primores de planta y honduras de mar. Pero así las tardes fueron enfriándose, se aburrían y hacían tos de las palabras rotas. Y un día ella -que se había enamorado de aquel álbum- le dijo adiós a él. Y él tendrá que sacarlo de nuevo en su vida, cuando llegue la hora, sin atreverse a regalarlo nunca.

Medardo Fraile (1925)

ELEGIDO POR EDUARDO GARCÍA

3 comentarios:

BIBLIOTECA dijo...

Es, en efecto, una pequeña joya de un gran maestro del cuento. Os felicito por incluirlo.

Gloria García.

BIBLIOTECA dijo...

Comentario de Eduardo García:

"Se trata de una muestra del buen hacer de Medardo Fraile, gran escritor, valoradísimo por la crítica especializada, que paradójicamente el público lector suele desconocer. Dos son los grandes cuentistas de la generación española de los 50: Ignacio Aldecoa y Medardo Fraile. El primero dominó de manera magistral los registros realistas, mientras que Fraile es el campeón de los cuentistas que aspiraban a ir más allá del realismo de la época. Sus cuentos, sin ser por lo común fantásticos al modo hispanoamericano, siempre revelan en claroscuro honduras psicológicas insospechadas. No en vano es un autor que las últimas hornadas de cuentistas vienen reivindicando desde hace más de una década como maestro indiscutible. Sin embargo, ya sabéis, el mercado editorial va a lo suyo, con sus best-sellers, sus premios “Galaxia”... En definitiva, nadie se anima a promocionar los libros de cuentos. Y los lectores de calidad… sin enterarse.
“El álbum” tiene un excelente equilibrio entre brevedad y capacidad de sugerencia. Más allá de su lirismo, capaz de hacernos revivir los sueños de la infancia en apenas unos párrafos, tiene el don de dar a entender entre líneas mucho más de lo que explícitamente cuenta. Es soberbia la parte en que enumera las páginas del álbum, deslizando el género del cuento casi-casi al del poema en prosa. Pero os invito muy especialmente a deteneros a degustar el final del cuento. En realidad lo que les sucede a ambos personajes es mucho más significativo de lo que parece a simple vista. Se han escrito ríos de tinta sobre “El álbum”, y con razón. Ojalá os haga soñar (primero) para invitaros a reflexionar (después). Una “delicatessen” sin efectismos facilones, ni concesiones al realismo a ras de tierra. Un texto para releer una y otra vez"

Unknown dijo...

Es orrendo ese cuento